viernes, 3 de julio de 2015
Amor a todo lo creado.
Franklin Pierce presidente de los Estados Unidos (1853-1857), quiso comprar las tierras de una Tribu Piel Roja. La tribu tenía en ese entonces a un Jefe Indio llamado Seattle, un hombre de gran corazón poeta, filósofo y además profeta ya que pudo profetizar el desastre ecológico provocado por el hombre blanco.
Bien en 1854 Franklin Pierce trato de comprar las tierras a lo que este gran jefe indio contesto mediante una carta al entonces presidente, la carta decía lo siguiente:
¿Como se puede comprar o vender el firmamento?
Dicha idea nos es desconocida, si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas
¿Como podrán ustedes comprarlos?
cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano (terreno de poca altura) y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo, la savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando comprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas, somos parte de la tierra y así mismo ella es parte de nosotros, las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila, estos son nuestros hermanos; las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado.
También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros, él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos, pero esto no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados; si les vendemos la tierra, deben de recordar que es sagrada, y a la vez enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestra gente, el murmullo del caer del agua es la voz del padre de mi padre, los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.
Les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos, y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida, él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita, la tierra no es su hermana sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle, les secuestra la tierra a sus hijos, tampoco les importa, tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados, trata a su madre la tierra y a su hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores, su apetito devora la tierra, dejando atrás sólo un desierto. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos.
Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada, el ruido sólo parece insultar nuestros oídos, y después de todo ¿Para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo, nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del medio día o perfumado con aromas de pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento; la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor, pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros, Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada; como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras, si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo de otro modo la vida, he visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una maquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Que sería del hombre sin los animales?
Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual, porque lo que sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos; inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla; enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra; si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos: todo va enlazado, como la sangre que une a la familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo, lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos, ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios, pueden pensar que El les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así, El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El, y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quiza antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.
Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja, ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Donde está el matorral? Destruido, ¿Donde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.
Este fue el sentir de un hombre al que el hombre blanco llamaba "salvaje", el sentir de un hombre que amaba a su tierra; el sentir de una tribu que amaba todo lo que fue creado para el hombre; más que una carta fue una declaración de amor a la tierra, al agua, al aire, al fuego, a los animales, al firmamento; pero más que eso fue una lección para el hombre blanco que se creía superior a ellos y tal vez por su orgullo nunca entendieron que ellos eran "los salvajes".
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